No sé exactamente por qué me parecen tan tristes las tardes de domingo. De hecho creo que nunca me han gustado, y no es porque al día siguiente haya que madrugar, volver al trabajo ni nada eso, es simplemente que las tardes de domingo siempre me parecen grises aunque sean en pleno agosto y con 40 grados a la sombra.
Esas tardes es como si la soledad se agudizará y de pronto a la serenidad y a la calma le salieran unas espinas insoportables de acero que hieren y enfrían el alma. Vaya tontería ¿no?
En principio es un día más, como cualquier otro, pero para mí tiene un aire opresivo que me dificulta respirar, tal vez sea porque es el día en que más solo está uno: los amigos amigos casados están con sus familias e hijos, los de fuera se vuelven a su casa y aquí, en el sofá, se quedan los de siempre...
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